Miguel Maglione


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El viejo sillón

Dorita, disimuladamente, miró al Jefe. Era la típica enfermera veterana. Morocha, de ojos grandes, algunos kilos de más, pero muy bien distribuidos, y un porte de luchadora de mucho tiempo. Conoció al ahora Jefe de la Guardia cuando ambos derrochaban juventud por los vericuetos del viejo Hospital. Nunca alimentó ilusiones, que sabía vanas.

Pasaron muchos años y muchas cosas... No creyó guardar rencor... Pero lo del otro día...

Ahora lo veía, brillante su pelada, algo marchito el rostro, pero con esa eterna mirada pícara, lasciva. Y la residente rubiecita, que podía ser su hija (la hija de ambos), embelesada, mirándolo como a un Dios.

Los vio caminar cadenciosamente, ya perdidos del entorno, hasta el despacho. Recordó el viejo sillón de cuero, la cortina gris...

La sobresaltó la visión de la Señora, la actual, no aquélla que intuía sus historias, caminando resueltamente por el pasillo.

–Hola Dorita... ¿mi marido?

–Que tal Señora, ¿el Jefe?... Está en el despacho. Pase nomás, creo que la está esperando...

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